4/15/2009

SITUACIÓN DE CALLE Y EXTINCIÓN EN VALPARAPUERTO





Fotos: María Paz MaureiraTexto: Rodrigo Quintana Ortega.Siempre con la cifra de cesantía amenazando sobrepasar los dos dígitos, Valparapuerto es propicia para dar y recibir solidaridad. La última encuesta del Centro de Estudios Aníbal Donoso (CEAD) exhibe dramáticas cifras en el ítem “situación de calle / extinción”. Fundado por el colectivero Aníbal Donoso en 1963, estos estudios publicados cada año bisiesto otorgan un panorama descarnado de las necesidades y realidades sociales. No es común, encontrar dramas entrelazados en una sola urbe. Este enfoque del CEAD sacó a la luz altas tasas de “situación de calle amenazados de extinción por cada 100 habitantes”. En Valparapuerto, de cada centenar de los sin casa, el 0.4% es un dinosaurio. De ese porcentaje, un estremecedor 0.004% es un tiranosaurio y un 0.005% es un pterosaurio.

No reciben atención o cuidado de instituciones de caridad y suelen encontrar albergue en improvisados hogares de ciudadanos u ocupando terrenos baldíos.“No queda más que tomarse un terreno y erigir una promisoria vivienda”, confiesa Roberto Astudillo, un tiranosaurio que casi al final de la Avda Francia nos recibe en su improvisada morada, ataviado con su corbata de soga. “A pesar de todos los tropiezos que a uno lo llevan a vivir en la calle, no falta en Valparapuerto el vecino o el barrio que te integra de alguna manera”, afirma.

Descendiente de los primeros gigantosaurios que arribaron a Sudamérica a fines del cretácico (entre 97 y 65 millones de años atrás), señala que al comprobar las señoras en los barrios menos roedores y perros vagabundos, relajan la desconfianza y lo aceptan tal cómo él es. Alejado de los suyos, casi no recuerda esos años en que trabajaba en la Interoceánica y exhibía solvencia. “Cuando llegábamos a Sapporo en Japón me rodeaba de niños y fuerzas especiales porque me confundían con Godzilla, pero al oír mi portuñol se daban cuenta que sólo era un lejano parecido”, sostiene aferrado a la comicidad.

Consultado por cómo pudo llegar a vivir esta situación de calle, Astudillo no encuentra una explicación unificadora. “Vaya a saber uno… se juntan las cosas, malas rachas y… caerse al frasco de leche de burra…siempre me costó evitar ese exceso con los muchachos del cerro Monjas…fui hasta presidente del club deportivo ¿sabe?”. El mismo Roberto, nos condujo calles arriba para conocer a su amigo Jacinto, un pterosaurio que aloja por ahora en el taller de un restaurador de autos clásicos y fabricante de caños para strippers.

No tardamos en impregnamos del humus de su situación. “Jacinto siempre ha tenido problemas al colon”, nos pide excusas Roberto por la esencia que nos recibe. “Trabajó por años para el circo Aguilas Humanas hasta que el SAG lo descubrió…de ahí que no encontró más trabajo”, nos adelanta en voz baja.A pocos metros, escuchamos su tos de Pterosaurio. Nos recibe con sonrisas, ha escuchado una buena “talla” de “La Festival” en la radio galena que el mecánico le instaló en su dormitorio, “para que recupere el ánimo”, acota Roberto. “Hace dos meses que lo encontré en muy mal estado en calle Chacabuco y me lo traje no más”, interrumpe el mecánico quien por años enriquece su oficio con esta labor caritativa. “Cuando se mejoran los dinosaurios, me los llevo al parque que la CONAF tiene en lago Peñuelas, ahí trabajan entreteniendo a los visitantes”, agrega.

Jacinto nos pide un cigarro, se endereza sobre el catre y recalca que fue el primero, aparte de los insectos, que desarrolló la capacidad de volar. “Nunca duré mucho en los trabajos… a la semana me agarraba a combos con el jefe o un compañero por cualquier tontera”, sostiene y nos confirma las teorías que sostuvieron los científicos sobre la sangre caliente que los de su especie siempre habrían tenido. “Con mis padres arribamos a Valparapuerto en el triásico y jurásico”… “la mayoría de mi familia grande no se adaptó y se extinguió al final del cretácico, junto con la mayoría de los otros dinosaurios…quedó un primo en Santiago y que le va estupendo trabajando en la Mansión Siniestra de Fantasilandia”, afirma mientras enciende el segundo cigarrillo.

En su provisoria residencia, sostiene, haber sido la primera víctima del fundamentalismo de los defensores de los animales. “No me iba mal en el circo, pero un reclamo de una ONG me sacó de las pistas y estoy sin un peso… desde que dieron Jurasic Park, que no veo una….ésa fue mi última pega decente, en un caracol de calle Victoria… vendía figuritas”, resume al vuelo. “No me puedo quejar, el mecánico acá me salvó de morir de frío y apenas me recupere le voy a ayudar con los mandados…hasta me pasa pintura que le sobra para que me entretenga”, agradece.

Jacinto y Roberto, nos piden que crucemos la calle hacia un lote de autos destartalados. Ahí nos muestran las obras del pterosaurio. Éste, mata el tiempo perdido pintando en las maletas o puertas de los coches, que el mecánico adquiere para buscar repuestos. “Aprendió el arte del aerógrafo, pero le salen sólo dibujos medios heavy metal”, nos explica Roberto sobre el trabajo de su amigo. “Apenas me cure el ala, pienso trabajar pintando carteles para las panaderías”, nos dice un esperanzado Jacinto y conciente que su talento lo puede sacar de la situación de calle para frenar su extinción. Roberto, ya está los domingos ganando unos pesos repartiendo volantes como doble de Barney en Avda Pedro Montt. “Si no resulta, me voy al lago Peñuelas, no más”, sostiene pragmático.

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